Resuenan para los maristas las palabras de San Marcelino; con especial énfasis el 16 de octubre que recuerda en nuestro país el día del profesor y la profesora. Una fecha que en Chile tiene vigencia desde el año 1977 y que coincide con la fundación del Colegio de Profesores. Con anterioridad, hubo otras fechas celebrativas que surgieron cuando en 1943 se celebró la Primera Conferencia Interamericana de Educación (Panamá) y que fijó el 11 de septiembre como el “Día del Maestro”, en honor al profesor argentino e ícono de la educación, Domingo Faustino Sarmiento. Más tarde en 1974, en Chile se cambia esta fecha para el 10 de diciembre en homenaje al premio Nobel de literatura, Gabriela Mistral, que recibió la distinción en igual fecha de 1945.

Sea como sea, este día permite a la sociedad en su conjunto reconocer el valor del aporte que realizan miles de profesores en la tarea de enseñar, educar; traspasando la tenue frontera de aquel que entrega conocimientos para trascender al “Maestro” que entrega una determinada enseñanza de su saber pero a la vez dirige su actuación a la vida –en su más amplio significado- en que se aplica; es decir, la dirige en bien de los valores que enriquecen la existencia humana.

Un magisterio que sigue los pasos del maestro por excelencia: Jesús y cuyas enseñanzas han de movilizarnos a resaltar el desarrollo personal –íntimo- de cada niño o niña, de cada joven a quienes día a día entregamos nuestro arte, estableciendo la diferencia entre el profesor que enseña y el maestro que educa.

Una tarea, que como en todo tiempo, conlleva esfuerzo, mucho sacrificio, disciplina de trabajo, buenos y malos momentos en donde se comprende que infinitamente se da sin, muchas veces, recibir; con tesón, en la espera paciente para que el estudiante crezca y se desarrolle plenamente; acompañando amigablemente y, en otras, conduciendo con mano firme cuando es necesario.

Es la enseñanza que nos dejó Jesús, Champagnat, Sarmiento, Mistral y tantos más: hacer de cada niño, niña y joven una “mejor y buena persona”; tarea titánica, plena de desafíos diarios para cada maestro y que también otro maestro, Paulo Freire, resumió en otra gran certeza:

“Quien se atreva a enseñar nunca debe dejar de aprender”.