Los laicos que tengan vocación y preparación adecuada no duden ni un momento en tomar parte activa en las tareas de los partidos políticos a fin de conseguir una eficiente organización económica, social y administrativa de la sociedad que esté al servicio de todos los ciudadanos, especialmente de los más necesitados.


Un cristiano, un católico, que se afilia a un grupo político y quiere vivir allí consecuentemente su fe, esperanza y caridad, debe saber que puede, y debe, aportar lo siguiente:


1. Una postura humanizadora, cuando el partido caiga en un burocratismo inhumano.


2. Una postura de honrado servicio al bien común, cuando el partido busque solamente sus intereses particulares.


3. Una postura crítica transformadora, cuando el partido olvide las necesidades reales del pueblo.


4. Una postura sumamente relativizadora, cuando el partido se cierre en dogmatismos.


5. Una postura de capacidad creativa, cuando el partido caiga en la vulgaridad y en la inercia administrativa.


6. Una postura de sana utopía, ya que los valores del Reino de Dios pueden convertirse hasta en punta de lanza de los mismos partidos políticos.


Y un cristiano, un católico, que llegue al poder y ejerza la acción política:

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  Ha de procurar cambiar las estructuras sociales injustas.
• Ha de evitar la acumulación de la riqueza en pocas manos.
• Ha de impedir que las decisiones socio económicas sean monopolizadas por un solo grupo.
• Ha de intentar un reparto equitativo de las cargas fiscales.
• Ha de trabajar constantemente para que el pueblo alcance un nivel elevado de bienestar, de cultura y de conciencia ciudadana solidaria.