El abuelo se había hecho muy anciano. Sus piernas flaqueaban, veía y oía cada vez menos, babeaba y tenía serias dificultades para tragar. En una ocasión, prosigue la escena de aquella novela de Tolstoi, cuando su hijo y su nuera le servían la cena, al abuelo se le cayó el plato y se hizo añicos en el suelo.
La nuera comenzó a quejarse de la torpeza de su suegro diciendo que rompía todo, y que a partir de aquel día le darían de comer en un plato de plástico. El anciano suspiraba asustado, sin atreverse a decir nada.
Un rato después, vieron al hijo pequeño manipulando en el armario. Movido por la curiosidad, su padre le preguntó: “¿Qué haces hijo?” El niño, sin levantar la cabeza repuso: “Estoy preparando un plato para darles de comer a mamá y a ti cuando sean viejos”. El marido y su esposa se miraron y se sintieron tan avergonzados que empezaron a llorar. Pidieron perdón al abuelo y a su hijo, y las cosas cambiaron radicalmente a partir de aquel día. Su hijo pequeño les había dado una severa lección de sensibilidad y de buen corazón.
Apreciado lector: ¿Te has percatado en alguna ocasión de lo insensible e indiferente que puede ser el corazón humano si no lo suavizamos y nutrimos con el amor de Dios?
Te invito a que abras la Biblia en Sir.3,12-14 (Sirácides-Eclesiástico) y leas esto: “Hijo mío, cuida de tu padre cuando llegue a viejo; mientras viva no le causes tristeza. Si se debilita su espíritu, aguántalo. No lo desprecies porque tú te sientes en la plenitud de tus fuerzas. El bien que hayas hecho a tus padres no será olvidado…” Reflexiona y medita lo leído. Luego, te ruego reces esta oración:
Señor, que haga sentir a mis ancianitos amados,
que son útiles todavía y que no están solos;
que sientan mi cariño y comprensión.
Que entienda su paso vacilante y su mano temblorosa,
y que con una sonrisa en los labios les dedique mi tiempo.
AMEN