La Cuaresma es la
preparación a la Pascua, en la que se celebra la victoria de Jesús
sobre la muerte, es decir, su resurrección.
Esa preparación dura, cuarenta días; de ahí el nombre de Cuaresma.
La Biblia nos presenta a Moisés, a Elías y a Jesús, quienes ayunaron
durante 40 días en el desierto.
Cuaresma es tiempo de conversión: lo importante es cambiar el
corazón, hacerlo de carne, más y más humano.
Cuaresma es tiempo de compartir: las cosas pueden sofocar la voz
interior y la voz de Dios, pueden hacer empequeñecer el corazón;
necesitamos compartir lo que nuestro corazón y nuestras manos
contienen.
Cuaresma es tiempo para la muerte y para la vida: morir a lo que nos
va matando la vida y vivir con nuevas ilusiones. Hacemos cuaresma
para vivir más y mejor.
Cuaresma es tiempo de nuevos compromisos: el camino pasado lleva
dentro nuevos empeños para mantener la vida.
Cuaresma es también tiempo de oración.
La oración personal es un elemento importante en el tiempo de
Cuaresma, pues nos ayuda a descubrir la debilidad que hay en
nosotros y la necesidad
que tenemos del amor de Dios, de la misericordia de
Dios a través de Jesús.
La oración nos introduce también en la vida de sufrimiento que, día
a día, padecen personas que conocemos y aún más, las que
desconocemos. La oración nos descubre el valor de la aceptación del
sacrificio como oportunidad de unirnos a Cristo, que muere en la
cruz, y a tantas personas que también padecen y mueren.
Si nos dedicamos a la oración en Cuaresma es porque nos hace
descubrir la cruz como camino de redención, que nos conduce a la
gloria de la resurrección. Rezamos porque queremos la reconciliación
con Dios Padre, con nuestros hermanos y porque queremos resucitar
con Jesús.