Una espesa bruma matinal envuelve a la ciudad que
inicia su actividad cotidiana de día viernes. Sin embargo, algo
difiere de su natural marcha. Visto desde lo alto del cerro Carlos
Condell, poco se ve del tradicional desplazamiento intenso de los
vehículos que normalmente ocupan y desbordan calles con su veloz
tráfago; no hay gente rumbo a sus labores; no se escucha el sonido
de cortinas metálicas signo de apertura de locales comerciales. Sólo
un calmo silencio.
La diferencia estriba en ser un viernes, pero no uno
cualquiera
es día Viernes Santo que ha invitado a una reunión
espiritual en el colegio. El Instituto San Martín ya temprano ha
abierto sus puertas, mientras apoderados de la pastoral familiar
preparan salas, materiales y un altar para disponer de un tiempo de
encuentro con la Cruz del Maestro. Mientras un pastor marista de
pelo cano despliega su esfuerzo acompañando y ayudando en la
organización de este retiro.
Un retiro es tiempo de gracia y salvación que se
traduce en un verdadero regalo de Dios que se nos ofrece para que Él
actúe, para escucharle y acoger como María la novedad del evangelio.
Mientras la fresca mañana se nos ofrece como un promisorio espacio
de crecimiento personal y comunitario, las actividades se van
desarrollando en cinco núcleos o etapas a seguir: tiempo de
encuentro, tiempo de anuncio, tiempo de desierto, tiempo de
compartir y tiempo de celebrar.
Cada momento de encuentro con Cristo requirió buscar
el lugar más adecuado para sintonizar con el señor, para orar. Desde
este punto de inicio se reflexionó sobre la propia realidad
personal, familiar y social (el tema o imperativo de Jesús para orar
es ¡Toma tu Cruz! como condición esencial para ser discípulo y
discípula de Él). Una vez contemplada la realidad personal y social,
un segundo momento interpeló a cada concurrente con las palabras de
Jesús y dirigiéndose a sus discípulos añadió: si alguno quiere
venir detrás de mi, que renuncie a sí mismo, cargue con su cruz, y
me siga (Mateo 16,24).
Un tercer instante recordó que Jesús fue crucificado
en tiempos de Poncio Pilato. Murió en la cruz porque nadie tiene
amor más grande que quien da la vida por los amigos, porque fue
coherente y fiel al Padre y a los hermanos hasta las últimas
consecuencias y porque amó hasta el extremo de dar la vida. Paso
siguiente, el cuarto momento, repasar una realidad concreta: la de
estar crucificado con Cristo, tal como cuando el apóstol Pablo llegó
a decir: estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que es
Cristo quien vive en mí. Ahora, en mi vida mortal, vivo creyendo en
el Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí (Gálatas 2,19-20).
Tomar la Cruz del Maestro: múltiples respuestas y
significados fueron fluyendo en una mañana plena de espiritualidad
que concluyó con una procesión desde el sector de la pérgola en el
patio principal hasta el salón Champagnat. Momentos que fueron
seguidos con devoción por fieles apoderados maristas que en una
brumosa mañana de Viernes Santo le otorgaron una dimensión diferente
a sus vidas.