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Retiro Espiritual de Apoderados: Viernes Santo
Por
Instituto San Martín .
Publicado:
16 Abril 2007
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Una espesa bruma matinal envuelve a la ciudad que inicia su actividad cotidiana de día viernes. Sin embargo, algo difiere de su natural marcha. Visto desde lo alto del cerro Carlos Condell, poco se ve del tradicional desplazamiento intenso de los vehículos que normalmente ocupan y desbordan calles con su veloz tráfago; no hay gente rumbo a sus labores; no se escucha el sonido de cortinas metálicas signo de apertura de locales comerciales. Sólo un calmo silencio.
La diferencia estriba en ser un viernes, pero no uno cualquiera… es día Viernes Santo que ha invitado a una reunión espiritual en el colegio. El Instituto San Martín ya temprano ha abierto sus puertas, mientras apoderados de la pastoral familiar preparan salas, materiales y un altar para disponer de un tiempo de encuentro con la Cruz del Maestro. Mientras un pastor marista de pelo cano despliega su esfuerzo acompañando y ayudando en la organización de este retiro.
  Un retiro es tiempo de gracia y salvación que se traduce en un verdadero regalo de Dios que se nos ofrece para que Él actúe, para escucharle y acoger como María la novedad del evangelio. Mientras la fresca mañana se nos ofrece como un promisorio espacio de crecimiento personal y comunitario, las actividades se van desarrollando en cinco núcleos o etapas a seguir: tiempo de encuentro, tiempo de anuncio, tiempo de desierto, tiempo de compartir y tiempo de celebrar. Cada momento de encuentro con Cristo requirió buscar el lugar más adecuado para sintonizar con el señor, para orar. Desde este punto de inicio se reflexionó sobre la propia realidad personal, familiar y social (el tema o imperativo de Jesús para orar es ¡Toma tu Cruz! como condición esencial para ser discípulo y discípula de Él). Una vez contemplada la realidad personal y social, un segundo momento interpeló a cada concurrente con las palabras de Jesús “y dirigiéndose a sus discípulos añadió: si alguno quiere venir detrás de mi, que renuncie a sí mismo, cargue con su cruz, y me siga” (Mateo 16,24). Un tercer instante recordó que Jesús fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato. Murió en la cruz porque nadie tiene amor más grande que quien da la vida por los amigos, porque fue coherente y fiel al Padre y a los hermanos hasta las últimas consecuencias y porque amó hasta el extremo de dar la vida. Paso siguiente, el cuarto momento, repasar una realidad concreta: la de estar crucificado con Cristo, tal como cuando el apóstol Pablo llegó a decir: “estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí. Ahora, en mi vida mortal, vivo creyendo en el Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí” (Gálatas 2,19-20). Tomar la Cruz del Maestro: múltiples respuestas y significados fueron fluyendo en una mañana plena de espiritualidad que concluyó con una procesión desde el sector de la pérgola en el patio principal hasta el salón Champagnat. Momentos que fueron seguidos con devoción por fieles apoderados maristas que en una brumosa mañana de Viernes Santo le otorgaron una dimensión diferente a sus vidas.

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