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Tenemos visita. -¿Buena o mala? -Parece que mala
Por
Francisco Contreras R.
Publicado:
30 Octubre 2020
Leido 586 veces
"El buen pastor no abandona a sus ovejas cuando éstas más lo necesitan"
El 31 de octubre de 1996 la hermandad marista recibió el golpe desolador del asesinato de cuatro Hermanos en Bugobe, Nyamirangwe (Zaire): Fernando de la Fuente, Miguel Ángel Isla Lucio, Servando Mayor García y Julio Rodríguez Jorge. 
Ellos habían ofrendado sus vidas por cuidar y proteger a los más necesitados de una cruenta y extensa guerra en el corazón del África negra.

La crónica de la tragedia relata que los hermanos se encontraban ese año entregados a ayudar a miles de desplazados que eran hostigados por el fuego entrecruzado de los soldados del ejército nacional del Zaire, milicianos hutus "interahamwes" y los "banyamulenge" o tutsis del Zaire.

Estar al lado de los refugiados civiles, a los ojos tutsis era estar de acuerdo con las milicias hutus. Una situación compleja y difícil de comprender en un ambiente de guerra que involucraba a muchos actores.

Ante el recrudecimiento del conflicto, el superior de la congregación, el Hermano Benito Arbués les había invitado en repetidas ocasiones a salir del país. Los cuatro hermanos se negaron y contestaron que: "El buen pastor no abandona a sus ovejas cuando éstas más lo necesitan". Hasta ocho días antes de sus muertes, el superior les pedía su retorno, debido a la peligrosidad de su misión.

-"Te dejo. Tenemos visita."
-"¿Buena o…mala?"
-"Parece que mala."


Esas fueron las últimas palabras del hermano Servando en su postrer contacto telefónico vía satélite de ese fatídico 31 de octubre de 1996. Una masa infinita de miles de personas avanzaba por la carretera rumbo a Nyamirangwe huyendo de la guerra.

El día anterior el hermano Julio había enviado un apremiante SOS a la comunidad marista de Nyangezi: "Se nos está acabando el arroz. Esta gente se nos muere." Los tutsis zaireños tenían como objetivos la ocupación de toda la provincia sur del Kivu como del norte donde se establecían sus cuarteles generales. Contaban con el apoyo del ejército ruandés y ugandés. En esta zona sureña contaban también con la ayuda de los tutsis de Burundi.

La mañana del día 31, Servando telefonea por la mañana a la Casa General de los Hermanos en Roma y da este mensaje: "Se han marchado del campo de Nyamirangwe todas las personas. Estamos solos. Esperamos un ataque de un momento a otros. Si esta tarde no volvemos a telefonear será una mala señal. Lo más probable es que nos quiten la radio y el teléfono. La zona está muy agitada. Los refugiados huyen sin saber a dónde y es muy notaria la presencia de infiltrados y de personas violentas."

Posteriormente, a las 13:50 horas añade: "de nuevo nos hemos quedado solos, tal vez vuelvan otra vez los refugiados porque no saben a dónde ir".

Los "interahamwes" penetraron en la modesta vivienda de la comunidad disparando a los misioneros  Luego les remataron. Tanto el suelo y paredes quedaron evidenciaban lo sucedido en tres de las habitaciones. Lo mismo se constataba en la capilla.

Uno de los hermanos se había acogido previamente en ella implorando una última plegaria, según relató uno de los campesinos, testigo de la masacre: "Dios mío, Dios mío. Vamos a morir. Ten misericordia de nosotros".

Ese día, cerca de las 20 horas, los cuatro hermanos fueron asesinados. Probablemente por haberse convertido en observadores incómodos; y también a causa de la mencionada petición de socorro para auxiliar a los refugiados. Posteriormente, sus cuerpos fueron arrojados a un pozo ciego de más de 12 metros de profundidad situado a 50 metros de donde vivían.

Los hermanos Pedro Arrondo y José Martín Descarga, pertenecientes a la comunidad de Nyangezi, pudieron llegar a la comunidad de Bugobe después de una semana. A su llegada, reunieron evidencias que habían quedado entre la vivienda de la comunidad y el pozo negro.

Un tormentoso vía crucis que permitía observar cuerpos irreconocibles. El rescate de los restos (14 noviembre,1996) fue arriesgado y complejo optándose por perforar otro pozo hasta llegar a los cuerpos de los hermanos. Manuel de Unciti, en su libro "Amaron hasta el final" relata: "Uno. Dos. Tres. Y…cuatro. Unidos en el amor, lo estaban también en la muerte."

Servando había escrito tiempo antes en Nyamirangwe: "No es por mí por quien debéis preocuparos, sino por despertar el sentido de la solidaridad en un mundo que es sangrantemente desigual e insensible ante la miseria y el dolor de tantos millones de hombres." El propio hermano Miguel Ángel, había iniciado una carta con este mensaje: "Creer en la vida es comprometerse por un futuro más feliz".

Fernando de la Fuente manifestaba: "¿Será la colina un volcán con erupciones de odios y venganzas contenidas? ¿Se escribirán los epílogos con la rúbrica feliz de un pueblo reconciliado que puede volver a su tierra?". Mientras que el hermano Julio Rodríguez había escrito: "Para mí es una alegría el poder estar con la gente (…) como primer objetivo, acompañar a esta pobre gente en su situación, animando lo que ellos mismos hacen".

Arropados en bolsas plásticas,  Miguel Ángel, Fernando, Servando y Julio fueron trasladados al cementerio de la comunidad de Nyangezi. Otra vez Unciti relata:

"A la sombra de unos altos eucaliptus, centenarios, se dispusieron cuatro fosas. La tierra rojiza cubrió los despojos mortales. Clavadas en ella, cuatro cruces de madera tosca. Cada una lleva el nombre del hermano. Nada más. No hace falta nada más (…) Servando, Miguel Ángel, Fernando y Julio ya no tienen nada que preguntar.

Han abrazado la respuesta del Dios del amor. Y duermen, en la esperanza de la resurrección y de la vida, en la paz del Señor."







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