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Amemos a nuestros ancianos
Por
Angel Gutiérrez G.
Publicado:
9 Septiembre 2018
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ACERQUÉMONOS, AMEMOS Y RESPETEMOS MÁS A NUESTROS ANCIANOS.
CONTACTO MARISTA. Desde joven he tenido gran admiración y cariño por los ancianos, especialmente por los más pobres y abandonados. Esta es la razón por la cual visito frecuentemente algún hogar de ancianos.
ACERQUÉMONOS, AMEMOS Y RESPETEMOS MÁS
A NUESTROS ANCIANOS.


Me encanta escucharlos, dialogar con ellos, acariciarlos, hacerles reír, cantar, rezar y llevarles mi aporte solidario y el de mi comunidad. He aprendido mucho de ellos.

Pienso que debemos crear una sociedad cada vez más cercana, más acogedora y más integradora del anciano.

El anciano a veces no tiene cabida en una estructura social, y familiar, donde la competitividad y el deseo desmesurado de confort priman sobre los valores de la solidaridad, ayuda mutua y dedicación a los demás. Nuestra sociedad no puede permitirse el lujo de apartar a un número considerable de ancianos porque no rinden.

No pueden cerrar las puertas a los ancianos porque no son productivos. Servir, ser útiles, y la tercera edad lo es a la sociedad, no es sinónimo de producir.
Estimados lectores: un anciano con su presencia, con su autoridad moral, por su simple persona, merece continuar teniendo un puesto en la sociedad y que todos los demás se lo reconozcamos. Debemos respetar y querer a nuestros ancianos tal como son, con sus limitaciones y posibilidades.

El anciano en la sociedad, dice el Papa San Juan Pablo II en su exhortación apostólica “Familiaris Consorcio”, tiene “una preciosa misión de testigo del pasado e inspirador de sabiduría para los jóvenes y para el futuro” (F.C. 27).

Oigamos la voz del anciano. Puede ser una voz de cordura, de madurez, de realismo y de serenidad.

Consideremos al anciano más como posibilidad que como problema. Cuando el anciano es contemplado como un problema estorba y consecuentemente, se le margina y hasta en algunos casos se le “liquida” de una forma aparentemente inofensiva.

Una sociedad que no respeta y quiere a sus ancianos, inexorablemente se degrada y hasta puede llegar a extremos inimaginables de deshumanización. Una sociedad que no respeta a los ancianos está destinada al fracaso.

Amemos y regaloneemos a los ancianos mientras los tenemos con nosotros. Ellos son testigos cualificados de un próximo pasado, que ha hecho posible nuestro presente. Ellos pusieron los fundamentos de la casa que ahora nosotros estamos construyendo.

Lo que hicieron lo hicieron por nuestro bien, y aunque nos repitan siempre la misma historia, no olvidemos que es una historia dicha con amor y que desde el amor debe ser escuchada con gratitud.



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