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EL SILENCIO QUE TODOS NECESITAMOS
Por
Angel Gutiérrez G.
Publicado:
22 Junio 2014
Leido 428 veces
Hoy día todos necesitamos urgentemente una cura de silencio.
Hoy día todos necesitamos urgentemente una cura de silencio, de un silencio que ayude a madurar nuestra personalidad y nuestra fe. Este tipo de silencio terapéutico, saludable, nada tiene que ver con un silencio sinónimo de ignorancia, de enfado, falta de confianza, autosuficiencia o pereza.
No saber qué decir o no decir nada porque falta el cariño es lo contrario del silencio positivamente buscado y que puede curar el alma.
El silencio que todos necesitamos, estimados lectores, es aquel que despierta en nosotros serenidad y lucidez. Debemos buscar estos tres tipos de silencio:

1º. Silencio con el mundo que significa huida del ruido y de la superficialidad, huida de lo que es banal. Aunque tengamos que vivir normalmente en medio del ajetreo del mundo, nos conviene a veces tomar distancia del mismo y contemplarlo desde el silencio, sopesando sus valores y contravalores y siguiendo atentamente el ritmo de su evolución. Sin distancia silenciosa no hay perspectiva y sin perspectiva, la contemplación es pobre y raquítica.

2º. Silencio con nosotros mismos. Es el que más cuesta. No es nada fácil buscar en lo más profundo de nuestro ser y encontrarnos a solas con nosotros mismos, pero es un ejercicio muy saludable. En lo más profundo de nuestro ser, Dios, los hombres y las cosas adquieren adecuada dimensión. En el silencio con nosotros mismos surgen las ideas más dinámicas y generosas y encontramos remedio contra la superficialidad y la rutina. “Sin silencio, dice J.M. Ballarín, nadie puede sentir el alma”.

3º. Silencio con Dios para poder escuchar y acoger generosamente su Palabra. La oración cristiana es fundamentalmente escucha, contemplación silenciosa de la Palabra de Dios. El Dios cristiano se manifiesta en el silencio, en la paz del alma. El mejor camino para llegar a Dios es el silencio. Allí se le encuentra siempre, allí su mensaje se hace inteligible y su interpretación, sonora.

La gran verdad sobre Dios, sobre nosotros mismos y sobre los demás la encontramos en el silencio.

Sin silencio, no hay madurez ni profundidad de corazón, ni posibilidad de genuino diálogo con los demás. Este silencio es algo más que ausencia de ruido. Es autodescubrimiento de uno mismo en la paz y en la serenidad del espíritu. El auténtico silencio interior es fecundo, nunca esterilizante. Este tipo de silencio exige una severa disciplina; no se conquista por arte de magia. Para lograrlo hay que buscarlo positivamente.

La superficialidad va unida al ruido, a la extraversión; la profundización, en cambio, al silencio, a la interiorización. Desde la profundidad personal, descubriremos el auténtico significado que Dios y el pójimo tienen para nuestras vidas.

El silecio es un factor indispensable en la formación de la propia personalidad. El silencio es necesario para no vivir siempre de prestado, para llegar a ser nosotros mismos.



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