Durante dicha jornada, un acto oficial recordó, en el Instituto San Martín de Curicó, su pascua (fecha cuando fallece luego de una prolongada enfermedad) cuando contaba con 51 años, un 6 de junio de 1840 en Saint-Chamond, Francia.

El rector del instituto marista de Curicó destacó a la comunidad educativa presente que aquello que Marcelino siempre buscó fue dar respuesta a las necesidades apremiantes en la formación de los niños y jóvenes de su época y que con el andar del tiempo se fue transformando gradualmente en el centro del carisma de Marcelino: Dar a conocer a Jesucristo y hacerlo amar.”

Resaltó que la idea del Santo fundador se ha plasmado en diversas iniciativas que nacen al interior del instituto marista de Curicó: Marcelino Ayuda, los Tatas, Marcha, Gama, Gesta, los amiguitos de Jesús, las damas maristas, los apoderados del Centro general de Padres y Apoderados reunidos en cada sub centro, el escoutismo, el centro de alumnos” y un largo listado que lleva el sello del sueño de Marcelino.

Los Hermanos Santiago y José Luis disfrutaron de los números con que estudiantes y educadores agasajaron a la concurrencia con pasajes que destacaron aspectos de la vida del fundador. En su alocución, el hermano Santiago, Superior de la comunidad marista en la ciudad, repasó aspectos de la biografía de los hermanos presentes en el ISM: Ángel, José Luis y Santiago: una apretada síntesis de lo que ha sido una entrega de toda una vida dedicada a la educación con sello marista, tanto en nuestro país como en el extranjero.

Los Hermanos han seguido el ejemplo del ícono marista por excelencia: San Marcelino, un hombre apasionado por Dios que se entregó con entusiasmo a favor de los niños y jóvenes, especialmente aquellos más necesitados en una Francia que vivía los avatares post revolución francesa.

La historia señala que Marcelino, cuando ve a niños y jóvenes sin educación ni catecismo, exclamó: “Necesitamos hermanos”. El 2 de enero de 1817 inicia con dos jóvenes el proyecto del Instituto de los hermanitos de María. Transcurrirían 182 años para que su gran obra fuese reconocida por el entonces Papa Juan Pablo II, quien le canoniza el 18 de abril de 1999 en la plaza San Pedro del Vaticano reconociéndole como santo de la Iglesia universal.