Llegamos a fines de mayo y podemos constatar que una estación del año ha estado junto a nosotros. Es posible que nos hayamos encandilado con la hermosura del otoño o que, simplemente, ni siquiera la hayamos apreciado.
Todo comenzó con el equinoccio de otoño, cuando el astro rey dejó de iluminar al hemisferio sur directamente, para comenzar a hacerlo sobre el hemisferio norte terrestre. El equinoccio (del latín aequinoctium o «noche igual») es el momento del año en que el Sol está situado en el plano del ecuador terrestre; este fenómeno astronómico ocurre dos veces por año: el 20 o 21 de marzo y el 22 o 23 de septiembre, épocas en que los dos polos de la Tierra se encuentran a igual distancia del Sol, cayendo la luz solar por igual en ambos hemisferios.
La literatura señala que en las fechas en que se producen los equinoccios, el día tiene una duración igual a la de la noche en todos los lugares de la Tierra. En el equinoccio sucede el cambio de estación anual contraria en cada hemisferio terrestre.
Así comenzó este otoño, que en Curicó es acompañado por días más templados y fríos, con intermitentes períodos de lluvia que mucha falta hacen en nuestros campos; es el tiempo que nos invita a reunirnos más al interior de nuestros hogares, días de melancolía que cambian con destellos de hojas multiformes y coloridas que lentamente abandonan su morada dejando desnudos los enhiestos ramajes que alguna vez las cobijaron para, esta vez, con suave caída depositarse como una alfombra de vida inerte.
El lente fotográfico aprehendió parte del otoño 2014 en el colegio y estas vistas que muchas veces pasaron desapercibidas ante nuestros ojos, hoy son un regalo para nuestros sentidos.