En primer lugar, son un complemento al trabajo de la clase, donde no siempre queda tiempo para reforzar una materia. Para eso están los ejercicios y éstos perfectamente pueden hacerse bien en casa sobre la teoría ya explicada en clase.

Por otro lado, es bueno que el alumno vaya adquiriendo el hábito de trabajar solo y dentro del ambiente de silencio que él mismo ha sabido crearse. En este sentido, su dormitorio, por ejemplo, u otro lugar adecuado, es el espacio idóneo.

Allí la concentración le resulta más fácil, siempre y cuando los demás miembros de la casa también colaboren apagando la televisión o bajando el volumen, evitando hablar por teléfono en ese mometno, quitando la música, cuidando no hacer ruido… en definitiva, favoreciendo el clima apropiado.

Además, las tareas son una ocasión para involucrar a los padres, incluso a aquellos que no puedan ayudarles personalmente porque son conscientes de que excede a sus propios conocimientos. Pero, al menos, tienen la oportunidad de interesarse por el trabajo escolar de sus hijos.

Por último, el trabajo que se ha asumido como tarea ayuda a crecer como persona, pues refuerza la responsabilidad y aumenta la autoestima.

Y si nunca hubiera tareas, ¿qué? En ese caso es muy probable que el alumno no aprenda a administrar su tiempo, ni a crearse un hábito de trabajo y hasta llegaría a aburrirse por no saber qué hacer.


Hay algo más importante que pasarse las horas viendo la televisión, escuchando música, jugando a la pelota en el jardían o en el pasaje… Todas estas ocupaciones ya tienen asignado su tiempo.


¿Qué opina usted, apreciado lector, sobre el tema tratado en mi artículo? ¿Son necesarias las tareas escolares?