Junto con el frío y la lluvia de julio, comenzaron (¡Gracias a Dios!) las vacaciones de invierno. Descanso reparador por dos semanas que permitirá, a la vuelta, iniciar la segunda etapa con nuevos bríos y fuerzas, para profesores y alumnos.
Reparador para los profesores que desde marzo han tratado de meter en las cabecitas de niños y jóvenes, conocimientos que, tal vez, algún día, les servirán, debiendo para ello hacer, la gran mayoría de las veces, muchos esfuerzos, porque no faltan los alumnos que “no están ni ahí” con el profesor y con su desorden y falta de interés, provocan las frustraciones y el desencanto, por decir lo menos, de los educadores.
Aliviador para los alumnos que, durante dos semanas, no tendrán que levantarse temprano a regañadientes, no tener que preocuparse de estudiar para pruebas, hacer tareas o leer un libro que se está tratando de conseguir el día anterior a la prueba (aunque algunos si leyeron algo).
Aliviador, pero aburrido, porque no se tienen los recreos donde conversar sobre las últimas copuchas de la “Fulanita” que está pololeando con el “Fulanito” y los saludos que, en un papel todo arrugado, envió el “matador” del curso a la niña más “taquillera”. O donde planificar la broma o el desorden que le harán a la “vieja” enojona de Castellano (hoy se llama Lenguaje y Comunicación) o de Matemática.
Desolador para las mamás, que ven aumentar sus trabajos en la casa con chiquillos que se levantan cerca del mediodía y que luego se instalan a ver televisión sin ayudar en nada, ni siquiera a correr los muebles, ni menos hacer aseo o llevar la ropa sucia al canasto donde se deja para el lavado.
Y, a veces, la casa se llena de jóvenes y niñas, compañeros del hijo, que se dedican a visitarlo toda la tarde, entrando y saliendo, provocando el enojo de la mamá que ve cómo el piso que había quedado brillante en la mañana, ya no se sabe si está encerado o forma parte de la vereda que pasa frente a la casa.
Vacaciones de invierno. Descanso. Alivio. Desolación. Según desde el punto de vista que se le mire.
¡Es bueno que los profesores descansen! No hay ninguna profesión que desgaste más: física, anímica y sicológicamente. Es bueno que los alumnos se alivien de la tensión diaria de rendir en el colegio y sacarse buenas notas. Es bueno que las mamás sepan lo que significa soportar, no a uno o dos, sino treinta, cuarenta o cuarenta y cinco alumnos, todos distintos, con intereses diferentes y con mañas que se empiezan a notar.
No es mucho. Serán sólo dos emanas.
Ojalá que sirvan para que todos valoren la incomprendida labor del profesor.
Texto: Compilado por Prof. F. Contreras Robles.
Autor : Juan Véliz Díaz. Diario La Prensa de Curicó (14/7/13); en sección “Desde mi Rincón”.