Nos alegramos porque son nuestros hermanos, testigos fieles de la fe que iluminó sus vidas y los fue llevando al don total de su vida, confesando con su muerte, su opción plena por la persona de Cristo.

Nos alegramos porque son miembros de nuestra familia y con su testimonio, nos transmiten un extraordinario sentido de la vida consagrada marista que se entrega a Dios y al prójimo, según el carisma que heredamos de San Marcelino, nuestro padre y fundador.

Te damos gracias Señor, porque “lo entregaron todo” de una sola vez y sólo buscaron evangelio y paz.
Te damos gracias Señor, porque se jugaron la vida como aquel de Nazaret. Sí, firme, dieron vida sin temer nada, con valor, cantando su alegría “siempre fieles a Dios. Y así fue el milagro de la sencillez que su vida fuera oración y amor.

Nos alegramos por su apostolado alegre, hecho en silencio y con fe. “Siempre fieles a Dios”.
Ojalá que todos, Hermanos, afiliados, exalumnos, alumnos, profesores, padres y apoderados, administrativos, auxiliares y amigos de los Maristas nos interesemos y nos alegremos con su beatificación, que no es otra cosa que el reconocimiento oficial y público de su santidad, por parte de nuestra Iglesia Católica.

La beatificación, además de ser un hecho eclesial, constituye una riqueza de nuestra Familia Marista que debemos agradecer a Dios.

Estos hermanos mártires constituyen uno de los patrimonios humanos y espirituales más importantes de nuestra historia marista porque “amaron hasta el final y fueron fieles a Dios”.

Como vemos, queridos miembros de la Familia Marista, la vocación de Hermano Marista sigue demostrando que es un árbol bueno y produce frutos buenos.
Con fe podemos ahora, invocarles diciendo:

“Beatos Hermanos Mártires de nuestro Instituto: Rueguen por nosotros y por nuestras familias”.