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La flor de la honestidad
Por
Angel Gutiérrez G.
Publicado:
28 Junio 2011
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Se cuenta que alrededor del año 250 a.C., en China, un príncipe de la región norte del país estaba preparado para ser coronado emperador. De acuerdo con la ley, debería casarse.
Entonces decidió hacer un “concurso” entre las chicas de la corte para ver quien era digna de su propuesta.

Al día siguiente, el príncipe anunció que recibiría, en una celebración especial, a todas las chicas y lanzaría un desafío.

Una viejita, empleada del palacio hacía muchos años, oyendo los comentarios sobre los preparativos, sintió tristeza, pues sabía que su hija tenía un sentimiento de profundo amor por el príncipe.

Al llegar a casa y relatar el hecho a su hija, se asombró al saber que ella pretendía ir a la celebración, e indagó incrédula:
- Hijita, ¿qué vas a hacer allá?. Estarán presentes todas las bellas y ricas muchachas de la corte. Sácate esa idea de la cabeza, sé que estás sufriendo, no vuelvas tu sufrimiento en una locura. Y la hija respondió:
 
- No, querida mamá, no estoy sufriendo y mucho menos loca, sé que jamás podré ser elegida, pero es mi oportunidad de estar por lo menos algunos momentos cerca del príncipe y eso me hace feliz.

A la noche, la joven llegó al palacio. Allá estaban todas las bellas muchachas con las más lindas ropas, con las más bellas joyas. Entonces, finalmente, el príncipe anunció el desafío:

- Les daré a cada una de ustedes, una semilla. Aquella que dentro de seis meses me traiga la más bella flor, será elegida mi esposa y futura emperatriz de China.

La propuesta del príncipe no evitó las profundas tradiciones de aquel pueblo, que valoraba mucho la especialidad de “cultivar” algo, sea costumbres, amistades, etc.

El tiempo pasó y la dulce joven cuidaba con mucha paciencia y ternura su semilla. Pasaron tres meses y nada surgió. La joven intentó de todo, usó todos los métodos que conocía, pero nada había nacido. Día tras día ella percibía cada vez más lejos su sueño, y cada vez más profundo su amor.

Por fin, los seis meses pasaron y nada había brotado.

Consciente de su esfuerzo y dedicación le comunicó a su madre que volvería al palacio en la fecha convenida, pues no pretendía nada más que estar algunos momentos en compañía del príncipe.

Llegó el día fijado: ella con su florero vacío; las otras muchachas, cada una con una flor más linda que la otra. Ella estaba admirada. Finalmente llega el momento esperado. El príncipe observa con mucho cuidado y atención a cada una de las muchachas. Después de pasar por todas, una a una, él anuncia el resultado e indica a la bella joven como su futura esposa.

Nadie comprendió por qué había elegido justamente a aquella que nada había cultivado. Entonces, tranquilamente el príncipe aclaró:
 
- Esta fue la única que cultivó la flor que la hizo digna de ser emperatriz: la flor de la HONESTIDAD, pues todas las semillas que entregué eran estériles.

Apreciados lectores: la honestidad es como una flor
tejida con hilos de luz,
que ilumina a quien la cultiva
y esparce claridad en derredor.


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