Ayer celebramos con
inmensa alegría la Resurrección de Jesucristo, el verdadero
nacimiento del sol, el triunfo definitivo del sol sobre las
tinieblas de la noche.
En la Pascua de Resurrección habría que empezar a contar el tiempo.
Porque decimos que Cristo resucitó el día del sol, el primer día de
la semana; pero no, cuando Cristo resucitó fue el primer día de la
era nueva, el primer día del mundo nuevo, el comienzo de una nueva
creación.
Con Cristo resucitado, todo empieza de nuevo, todo tiene un color y
un sentido nuevo, todo tiene un nuevo perfume y un nuevo sabor. Por
eso, en la liturgia pascual, todo se renueva: el fuego, el agua, la
luz, el pan, el vino y el alma. Que si el alma no se renueva, todo
seguirá tan viejo como antes.
Con la Resurrección la vida empieza a tener un sentido nuevo. Si
antes se vivía para morir, ahora se muere para vivir y se vive para
más vivir. Si antes el amor era por un tiempo, lo más hasta la
muerte, ahora el amor puede ser definitivo, porque es más fuerte que
la muerte.
Si antes el trabajo era un afán fatigoso, casi un castigo, ahora el
trabajo puede ser gratificante, instrumento para crecer, para crear
y convivir, una bendición.
Si antes la historia parecía incoherente y el futuro temeroso, ahora
todo se ilumina y se llena de esperanza, abiertos siempre a nuestras
transformaciones, soñando siempre con mayores utopías. Desde que
Cristo resucitó, todo es posible, todo tiene sentido, todo se puede
esperar.
El día de la Resurrección es la aurora del nuevo mundo. Atrás
queda el mundo viejo con sus guardias y sus sepulcros con sus
violencias, sus
cruces, con sus poderes y sus esclavos, con sus
mentiras y sus temores. Atrás queda el viejo mundo de las
ambiciones, de las envidias, de las codicias, de las luchas, de las
tristezas. Todo ese mundo quedó en la cruz y en el sepulcro. Ahora
amanecía el mundo del Espíritu y donde está el Espíritu hay
libertad, hay verdad, hay amor. Y todo en abundancia. Donde está el
Espíritu hay creatividad, solidaridad y comprensión. Donde está el
Espíritu hay bienaventuranza.
Aquel primer día de la semana llegaría a ser el primer día de la
nueva creación, el cumpleaños del mundo.
Quien primero empezó a caminar por este mundo nuevo, quitando a la
madre, fue María Magdalena.
En este mundo nuevo, más que caminar, se corre.
Pedro y Juan también se pusieron a correr. Todas las carreras tenían
como meta a Cristo resucitado.
Siempre, la fe es un camino, una carretera hacia la Pascua.
En estos días de gozo y alegría pascuales, así como durante toda
nuestra vida, seamos testigos de Cristo resucitado.
¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN! Para ustedes y para su querida
familia.