Contemplando el tercer milenio, el vidente descubrió una señal luminosa en los cielos. Un ícono celeste iluminó súbitamente su rostro.<br />
Ante la visión del Señor quedó mudo de estupor. Una voz le ordenó: “Descubre tu frente”. De repente, sintió la dolorosa señal del fuego que acrisola. Era una marca al rojo vivo con caracteres indelebles: <strong>“MARANATHA”.</strong><br />
El vidente siguió contemplando la visión nocturna, pero poco a poco, la señal luminosa fue desapareciendo. Los ojos del creyente quedaron en tinieblas y su mente en el desconcierto. El silencio inundó su alma. Admirado cada vez más, trató de meditar y comprender el significado de esta visión y de calar en el mensaje que el Altísimo querría comunicarle.
Vio el mundo en pecado, plagado de odios y guerras; las rencillas y envidias entre hermanos; la falta de alegría, la hipocresía y los intereses creados, desesperación, egoísmo, injusticia y falta de paciencia en las pruebas.
Y la voz del silencio le fue hablando: “El Señor viene”, velen fielmente como vírgenes prudentes. El Señor está cerca: Búscalo dentro de ti, en tu corazón puedes encontrarle. El Señor camina a tu lado, está en el necesitado; el Señor te está hablando.
Apresura su llegada y repite confiado: “Ven, Señor Jesús”. Espera con calma, pero dile que apure su paso. Aguárdale en la oración, pero ayúdale que se te acerque sirviendo a otros con tus manos. Prepárale el camino y reconcíliate con El, contigo mismo y con tus hermanos. Pregúntale aún sin verle, ¿quién eres Tú? ¿Eres Jesús, el Cristo, el Mesías?. Y al mismo tiempo estudia su Persona, trata de conocerle antes de que llegue. Así, a su llegada, podrás reconocerle. Conviértete a Él y ábrele de par en par tu corazón. Él te cambiará por dentro y cambiará los males de tu alma, sanará las heridas de tu familia, cambiará las estructuras injustas o mediocres de tu medio ambiente, de tu colegio, de tu patria, de tu mundo.
Él es el príncipe de la paz y su paso resuena ya detrás de las montañas. Está cerca la alborada y al amanecer podrás verle radiante sobre los montes, aunciando para todos la paz y la libertad.
El vidente, tranquilo ya con este mensaje de paz, quedó adormecido con la lámpara de su alma encendida, esperando la madrugada y musitando con sus labios tenuemente:
“Ven, Señor” (Maranatha). Y el suave murmullo de la brisa matinal, en eco balbuciente, le responde: “El Señor viene ya” (Marán-Athá).