Con voz tímida y ojos
llenos de expectativa, el pequeño hijo recibió a su padre al volver
éste del trabajo y le preguntó:
- Papá, ¿cuánto ganas por hora
El padre con gesto severo le respondió:
- Oye hijo, esas cosas ni a tu madre se las digo y ya no me
molestes que vengo muy cansado del trabajo.
Pero el niño insistió:
- Pero papá, dime por favor cuánto ganas por hora.
La reacción del padre fue menos severa y respondió:
- Gano solamente, cincuenta euros por hora.
El niño volvió a preguntar:
- Papá, ¿me puedes prestar veinte euros
El padre se enojó y con mucha brusquedad le dijo:
- ¡Así que esa es la razón de saber cuánto gano por hora! Vete, ya
deberías estar durmiendo y no molestándome niño egoísta
Un poco después, el padre reflexionó sobre lo acontecido, se sentía
culpable y no podía ver su programa de televisión tranquilo. El
padre pensaba que quizá su hijo quería el dinero para comprar algo
de mucho interés para él, por lo que queriendo descargar su
conciencia se levantó del sofá y fue hacia el cuarto del pequeño
niño y en voz baja le preguntó:
- ¿Duermes, hijito
- No, papá, respondió el pequeño.
- Escucha hijo, aquí tienes los veinte euros que me pediste.
- ¡Gracias papá! dijo el niño metiendo sus manitas debajo de
la almohada y, sacando otros treinta euros, dijo a su padre:
- Papá, ahora si estoy muy feliz, ya completé los cincuenta
euros
- Bien hijo, ahora dime, ¿para qué quieres esos cincuenta
euros