El aire, hecho viento
o soplo, huracán o brisa, ha constituido un elemento fundamental
para la comprensión del universo. Un vistazo a la historia de las
religiones muestra que el viento es considerado dios o es un
atributo divino.
Las diversas culturas han asociado el aire con el
hálito vital, con la idea de la creación, con el espacio, como
ámbito de movimiento y de producción de procesos vitales y vía de
comunicación entre la tierra y el cielo.
Después de la resurrección, Jesús se apareció a sus discípulos que
estaban en una casa con las puertas cerradas. Entró Jesús sopló
sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo (Jn 20,19-23). El
soplo de Jesús hizo de los discípulos personas nuevas y resucitadas.
A lo largo de los tiempos han aparecido profetas que han incitado a
recuperar el viento del espíritu, temerosos de que el hombre se
limite a ser pura materia. Dentro del hombre hay un soplo. Por un
soplo, Dios nos hizo a su imagen y semejanza. Y ese soplo hay que
repetirlo, en ocasiones hay que recuperarlo y siempre hay que
cultivarlo.
El espíritu dinamiza ilusiones e iniciativas, inspira y crea, aventa
el aburrimiento, alivia cansancios y empuja a compromisos personales
y colectivos en la solidaridad y adecentamiento de nuestras
relaciones comunitarias. Es la chispa, el fogonazo que hace
despertar de la modorra que a veces prodiga la rutina cotidiana, es
el acicate para los mejores sentimientos. El viento del espíritu se
mueve, porque, como el aire, no puede enjaularse, y hay que darle
calle. No es, por tanto, un tranquilizante ni un remedio beatífico
contra las asechanzas de una sociedad materializada, porque el
viento del espíritu también produce tempestades. A veces lo revuelve
todo y lo descentra. Produce huracanes en la conciencia, tornados en
los sentimientos, ciclones en el corazón. Pero también produce
ráfagas que movilizan y brisas que zarandean las más bellas flores
que el hombre ha cultivado dentro de sí. Y si acaso hay dentro algún
huerto seco, es posible conjurar el aliento, porque el viento del
espíritu todo lo puede resucitar. ¿Qué será del hombre sin espíritu
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