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El Viento del Espíritu
Por
Instituto San Martín .
Publicado:
27 Mayo 2008
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El aire, hecho viento o soplo, huracán o brisa, ha constituido un elemento fundamental para la comprensión del universo. Un vistazo a la historia de las religiones muestra que el viento es considerado dios o es un atributo divino.
Las diversas culturas han asociado el aire con el hálito vital, con la idea de la creación, con el espacio, como ámbito de movimiento y de producción de procesos vitales y vía de comunicación entre la tierra y el cielo.

Después de la resurrección, Jesús se apareció a sus discípulos que estaban en “una casa con las puertas cerradas”. Entró Jesús “sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo” (Jn 20,19-23). El soplo de Jesús hizo de los discípulos personas nuevas y resucitadas. A lo largo de los tiempos han aparecido profetas que han incitado a recuperar el viento del espíritu, temerosos de que el hombre se limite a ser pura materia. Dentro del hombre hay un soplo. Por un soplo, Dios nos hizo a su imagen y semejanza. Y ese soplo hay que repetirlo, en ocasiones hay que recuperarlo y siempre hay que cultivarlo. El espíritu dinamiza ilusiones e iniciativas, inspira y crea, aventa el aburrimiento, alivia cansancios y empuja a compromisos personales y colectivos en la solidaridad y adecentamiento de nuestras relaciones comunitarias. Es la chispa, el fogonazo que hace despertar de la modorra que a veces prodiga la rutina cotidiana, es el acicate para los mejores sentimientos. El viento del espíritu se mueve, porque, como el aire, no puede enjaularse, y hay que darle calle. No es, por tanto, un tranquilizante ni un remedio beatífico contra las asechanzas de una sociedad materializada, porque el viento del espíritu también produce tempestades. A veces lo revuelve todo y lo descentra. Produce huracanes en la conciencia, tornados en los sentimientos, ciclones en el corazón. Pero también produce ráfagas que movilizan y brisas que zarandean las más bellas flores que el hombre ha cultivado dentro de sí. Y si acaso hay dentro algún huerto seco, es posible conjurar el aliento, porque el viento del espíritu todo lo puede resucitar. ¿Qué será del hombre sin espíritu

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