Estamos finalizando
el año 2008. Han sido 53 reflexiones que, desde el domingo 6 de
enero, con mucho cariño y sencillez he compartido con ustedes,
estimados lectores.
Espero que la reflexión de este día, domingo 28, les agrade y ayude
a ser felices.
A medida que avanzo en años más me convenzo que la felicidad de los
humanos está compuesta, más que por grandes golpes de alegría, por
pequeños gestos o detalles de amor o de belleza bien saboreados.
Si yo tuviera que medir la temperatura de felicidad del universo por
la correspondencia que recibo, concluiría fácilmente que la amargura
pesa más que el gozo. Pero me pregunto: ¿Es que los infelices son
más que los felices.
Personalmente me gusta mucho escribir cartas y también recibirlas.
Es inmenso el bien que se puede hacer a través de una carta.
Hace unos días me escribió una señora diciéndome: como supongo que
recibirá usted muchas cartas de personas angustiadas y desesperadas,
planteándole problemas que encogerán su corazón, yo quiero que al
menos la mía, sea un canto de felicidad.
¿Es que a esta señora le va todo bien en la vida. No. Tiene 70
años. Es
soltera (aunque le hubiera gustado casarse y tener hijos, ya que cree
apasionadamente en la familia y el matrimonio). Vive ahora sola,
acompañándose de un bastón para caminar. Ha ido perdiendo a lo
largo de los años a casi todos sus seres queridos. Con la única
fuerza que cuenta es con la fe, que es para ella una riqueza
inapreciable. Y, con la fe, una tendencia a recordar lo bueno y
olvidar lo malo y sacarle jugo de entusiasmo a las pequeñas
cosas de la vida.
Por ejemplo: el domingo 14 de diciembre vivió una pequeña
experiencia que llenó de gozo su corazón. Resulta que siendo
adolescente iba con otras compañeras
de colegio a hacer catequesis en una
parroquia. Allí, entre los niños, había uno que era muy simpático. Este niño es hoy un
anciano y tiene nietos. Pues bien, ese domingo, cuando mi amiga
regresaba de comulgar, se cruzó en la fila con ese mismo anciano
con el que hacía años no había vuelto a hablar. Él la miró,
reconociéndola y durante una décima de segundo tomó y apretó
cariñosamente su brazo. No se dijeron palabra. Solo se
sonrieron, pero aquella décima de segundo llenó de felicidad
todo el día de mi amiga, que aún paladea aquel breve encuentro,
tras el cual no ocurrió nada más, pero que fue igualmente
milagroso.
Es, dice mi amiga, la felicidad de las pequeñas cosas.
Unas pocas así cada año son suficientes para llenar un corazón.
Navidad es tiempo propicio para que tengamos pequeños gestos de
amor con nuestros hermanos, especialmente con los más pobres.
Ellos son felices con pequeñas cosas.
No olviden que la primera obligación del ser humano es ser
feliz. Y la segunda, hacer felices a los demás.
Me despido de ustedes hasta el inicio del año escolar 2009, si
Dios así lo quiere.
Les deseo a todos: GOZOSO AÑO NUEVO y Felices Vacaciones.